Estoy leyendo “Vivir Para Contarla” de Gabriel
García Márquez, una o su única autobiografía, no lo sé, y lo hago a pasitos
cortos como una comida festiva de 24 platos que quiero saborear sin olvidar un
grano.
El escritor tiene actualmente 23 años (sólamente
he empezado a leer) y ya están claras su inteligencia, su fuerza de carácter y
su imaginación infinita; en cada palabra es necesario buscar sus mensajes
escondidos. Incluso cuando la organizadora del Club de Lectura piensa que ha
leído una crónica periodística en la que realmente no pasa nada (La Bella Durmiente),
yo, al contrario, comprendo mil cosas, en este caso tratándose de la soledad.
Por supuesto es normal que toda persona comprenda
lo que más le conmueve personalmente; todos somos diferentes, ¡menos mal!.
Con mi pobre inteligencia, por ejemplo, el poema
“Los Espejos” es demasiado difícil y es difícil también descubrir lo
premonitorio en “Me alquilo para soñar”.
Fuerza, inteligencia, su arte de narrador, su
imaginación sí, pero las razones verdaderas por las que me encanta García
Márquez son sus temas: perseverancia, su optimismo, su vitalismo, su rechazo de
la autocensura (libertad), el amor (La Santa), la soledad (La Bella Durmiente),
solidaridad hacia el prójimo pobre (Buen Viaje…), melancolía y desarraigo.
Pero hay una cosa que todo el mundo parece
olvidar cuando leo los comentarios, y es su humor fantástico del cual la
cumbre es la escena con la mariposita Romana en “La Santa”: “buona
sera giovanotto, mi manda il tenore”, poesía italianísima.
Hablando de “me alquilo…” es de nuevo su humor,
su ironía, la que liga dos mundos incompatibles, el de los negocios, vendedores
y alquiladores, y un mundo más poético, el de los soñadores.
“Soñé que ella/él estaba soñando conmigo”, se
podría traducir en “soñé que ella/él me estaba queriendo”. En este cuento,
según mi opinión, el autor nos explica el único sentido de la vida y, según él,
sería amarse. Y eso es muy difcil y nada fácil a la vez, en palabras del
embajador: “no se imagina lo extraordinaria que era” (…) ”y
¿qué hacía?... nada… “soñaba”.
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